martes, 26 de mayo de 2009


las huellas del gigante

Análisis filosófico-simbólico del poema de Lur Sotuela: Las huellas del gigante.

La poesía de Lur Sotuela se caracteriza por la bella resonancia de su lírica y por la naturaleza indescifrable de sus conceptos. Este carácter críptico hace de su obra una entidad evocadora, que en su cerrazón e impenetrabilidad otorga al lector una libertad sin límites. Es precisamente el oscuro mensaje, el que ofrece a su interlocutor la posibilidad de ser él mismo, de hacer uso de propio criterio y, a través del flujo de conciencia que brota a raíz del estímulo de su poesía, realizar su propio ser sin traba ni objeción. La esencia de esta poesía es la libertad. A través de imágenes y símbolos universales se trata de "despertar" al hombre a su propia realidad. Permitir al lector sintonizar con su existencia emocional e intelectual, lejos de opresivos lazos y exigencias que parecen abrumar al hombre moderno. Hablo de intelectualidad, no en el sentido utilitario y mezquino del que se proclama machaconamente abanderado el pensamiento "racionalista". Existen otras formas de lo intelectual que no implican la búsqueda de una satisfacción primaria. Una forma de intelecto que no está obsesionada con el "éxito". En "La espada rota" encontramos una vida y una "realidad" que según ciertos parlanchines de medio pelo, "no existe". En esta obra encontramos la prueba empírica irrefutable de que aquellos "desencantadores del mundo" no son más que charlatanes sin espíritu que quieren hacer de sus miserias una realidad trascendente. En esta obra no hay coacción. De la naturaleza cerrada de esta poesía brota la radical apertura, inspiradora ésta del respeto que permite al hombre desnudarse sin pudor ante los ojos del mundo. Es en dicha contradicción donde se encuentra la semilla y la potencia de esta escritura. La esencia de esta poesía parece identificarse con el amor materno e incondicional, en el cual se conforma (es decir, se realiza o constituye) nuestro ser (nuestra verdadera personalidad), y gracias a cuya potencia formadora algunos todavía resistimos la malevola influencia de una sociedad alienante e irrespetuosa con nuestras verdaderas necesidades. Así pues, es debido al carácter críptico de esta obra que me he decidido a tomar la difícil tarea de interpretar esta poesía: Las huellas del gigante.

Se inicia el poema con la frase: "El olvido danza en la frontera del ocaso". Simbólicamente esta frase denota algo peligroso o algo esperanzador. La ambigüedad de la frase está en el hecho de que no queda claro si el ocaso es matutino o vespertino. Si se trata de la frontera de un amanecer entonces estaría haciendo referencia a un contenido inconsciente que parece buscar la superficie, es decir, pasar a formar parte de los contenidos conscientes. Se trata de una experiencia pasada que tras la represión lucha por traspasar la frontera entre la noche (el sueño, la muerte, lo inconsciente,etc) y el día (conciencia, despertar, vida,etc). El hecho de hablar de frontera hace referencia a la idea de tránsito de un estado a otro. En este caso, debido al desarrollo posterior del poema, deducimos que se trata del ocaso vespertino. Por esta razón, que el olvido baile peligrosamente en la frontera misma del ocaso hace referencia a la muerte. La extinción de la conciencia. Si tenemos en cuenta que el olvido o la capacidad de recordar son funciones esenciales constitutivas de la conciencia del hombre, en contraposición al animal o al vegetal, el hecho de que el olvido se haye a un paso de la noche refleja una posibilidad de desintegración. La memoria es una función necesaria para la existencia de una conciencia reflexiva. La misma reflexión implica capacidad de retornar, de asimilar y aprehender. Para retener es necesario recordar y es a través de esta función de la memoria que logramos acumular, rectificar, analizar y básicamente hacer posible el conocimiento.

Posteriormente, el "gigante sereno habla de algo que no entiendo". Esta oración parece hacer referencia a una disociación entre conciencia y "el gigante sereno". El gigante se identifica en muchos casos con la figura del padre. La serenidad, por otra parte, parece una cualidad perteneciente a la edad madura. Esta figura es evocadora de un estado de paz con el que el narrador no logra entrar en conexión. La comunicación resulta imposible. La serena sabiduría del gigante no es asimilada por la conciencia, de lo cual se sigue un estado de conflicto entre una potencia redentora y el estado actual del protagonista.

En el siguiente párrafo Lur habla de las palabras que "vuelan hacia el recuerdo de un silencio infinito". Estas palabras se pierden en lo indeterminado, lo absoluto e infinito. "Ya no quedan bosques despertando en el interior de la memoria". Aquí aparece el símbolo del bosque, que tradicionalmente se ha entendido como representación del inconsciente. El bosque en su carácter frondoso, en la oscuridad de sus entrañas que escapan a la acción de la luz, sirve como habitáculo o lugar en el que habitan extraños seres y animales. El carácter vegetal del bosque cuadra, también, con la función vegetativa de lo inconsciente y sus procesos. Esta frase hace remite a una realidad muerta, pues lo inconsciente aparece como exento de la vitalidad que encierra el bosque. No hay memoria pues no hay deposito (bosque) de donde extraer pensamientos, recuerdos, sensaciones. Posteriormente se hace alusión a la desnudez, que parece reafirmar el mensaje anterior. "Desnudos momentos de lo que nunca llegó a suceder". La desnudez es análoga al silencio y, aquellos momentos que no llegaron a suceder, refieren a una potencialidad que no ha encontrado asiento en la realidad fáctica. La muerte de esa realización potencial lleva a la idea de desperdicio, de tiranía del destino, de castración de nuestra funcionalidad personal.

Más adelante la poesía sigue su curso hablando del "instante pétreo". Se habla de la naturaleza rocosa de un instante. La roca también hace alusión a la muerte . En este tipo de superficie no crece la vegetación, dada la naturaleza estéril del terreno.
Luego habla de "sangre blanca de jazmines". En este caso se hace uso simbólico de la sangre blanca que aparece en los textos de la alquimia y que representa un polo de la naturaleza dual (sexual). La sangre parece aludir a la vida, el sacrificio, y la renovación. Es el lado femenino y vivo de la inconsciencia. Podría interpretarse como una dulce leche, alimento puro que proviene de la madre o hembra, en conexión con las pasiones, lo dionisiaco, lo desmesurado, también representante de lo inconsciente. Lo inconsciente es el suelo inquieto que sirve como fuente de creación. Esta sangre blanca tiene el carácter de fruto, surge de la madre tierra pero además es "sangre de jazmines", un fruto, producto u obra.

El poema habla después de "árboles secos, una soledad inmensa y amarilla en el vasto campo de espigas al atardecer". Otra vez se hace referencia a la muerte, omnipresente a lo largo del texto. Los árboles secos del otoño, época de muerte y decadencia, se encuentran en una llanura, que como los campos elíseos constituye el lugar a donde van a parar los difuntos. La "soledad inmensa" también es símbolo de la muerte y el sueño. Esta soledad se identifica con la introversión del místico, que busca en el ensimismamiento el tesoro escondido. Este tesoro es el oro, que como metal luminoso y representante del sol en el ámbito terrestre y material se identifica con la iluminación y el conocimiento. La introversión constituye un paso peligroso a través de la "noche oscura" o muerte, sólo realizable gracias a un abandono radical del mundo exterior. Es, por tanto, un estado caracterizado por la soledad. Finalmente, en esta visión o marco pictórico presentado por el poeta hayamos el atardecer, también símbolo de la muerte y el declive de las fuerzas psíquicas y vitales. El fin de la conciencia. Este es el mayor peligro al que se enfrenta el héroe solitario, tan a menudo caracterizado en la mitología y el folcklore por la sabiduría popular, .

"Algo desconocido baila en los caminos secretos del aire". La apertura del siguiente parrafo habla de algo que "baila" en el aire. El aire como representante del espíritu o "hálito", lleva en sí "algo" que baila, germen de nueva vida. La brisa también puede simbolizar la esperma cósmica que vivifica, nutre y fecunda. "Nada queda del unicornio herido", afirma el poeta. El unicornio herido es un símbolo frecuentemente utilizado en la alquimia. Éste aparece siempre en el regazo de una virgen, gracias a la intervención de la cual, ha sido cazado. Este símbolo representa la superación de un estado psicológico, es decir, la muerte de una realidad individual y el nacimiento de otra. Se trata de una transmutación del hombre en pos de la perfección. Se da un "éxodo", que, como es bien sabido en los estudios psicoanalíticos, sirve para denotar un cambio en el estado del soñador o visionario. El viaje resulta un proceso doloroso, semejante a la iniciación, que lleva al fortalecimiento del ego racional, es decir, de la consciencia pensante en contraposición a la fuerza ciega y avasalladora de los instintos y las pasiones. La autonomía racional se intensifica frente a lo inconsciente. Esta lucha está magníficamente representada en la lucha de San Jorge contra el dragón, ente reptiliano que sirve como símbolo de las oscuras fuerzas de lo inconsciente indeterminado. El "éxodo" al que hemos hecho referencia con anterioridad, se da "en la danza última de las aves transparentes". Danza y aves tienen una significación paralela. Tanto en la danza como en el vuelo de las aves encontramos una rebelión. Un hacer frente y, en este proceso, conseguir anular la fuerza de la gravedad. En la danza nos liberamos de las ataduras de la vida convencional para adentrarnos en el mundo de lo extático. Aquí el éxtasis dionisiaco tiene lugar. Entramos en el ámbito de lo ilimitado, lo indefinido y libre. Las aves en su vuelo también se deshacen de las ataduras de lo material, para lograr una libertad de movimientos, un fluir radicalmente antagónico a las limitaciones y mecanizaciones cuyo producto social es el "stress". En este viaje o danza el hombre entra en contacto con su más íntimo ser. La nada a la cual hace referencia el budismo, el estado de "nirvana" o "no-vida". También la transparencia de las aves resulta evocadora de lo infinito y lo aéreo. Los espíritus que habitan el reino de los cielos son de carácter transparente, tal y como queda plasmado en el imaginario popular. Aparte de este carácter trascendente que se otorga a lo invisible, podemos encontrar en esta frase una alusión a lo ligero, a la risa que triunfa del drama de la vida. Que "baila" enaltecida sobre las miserias de los hombres.

"Las huellas del gigante de luz son en mi rostro tenues arrugas de una niebla que se escapa": en esta frase el carácter efímero de la niebla, de lo vaporoso hace acto de presencia. Esa carga del pasado se evapora para dar paso a un nuevo ciclo o proceso. Se hace la claridad, pues la niebla se difumina. Casi se desea la permanencia de la nebulosa, pues se afirma que la niebla "se escapa", como si el autor pretendiese retenerla. Esta última frase podría personificar la tensión entre la tendencia que impulsa hacia lo nuevo, y el retroceso producto del miedo y la atracción por lo ya conocido (en detrimento de la renovación). Esta tensión entre la tesis y antítesis debe ser superada en la síntesis, que en el poema queda simbolizada por ese disiparse de la niebla del pasado.




Iñaki Domínguez

viernes, 8 de mayo de 2009

MARCEL SCHWOB
Vidas imaginarias
Madrid, Eneida, 2008

Las oportunidades de disfrutar leyendo en este profuso mundo editorial en el que estamos inmersos son cada vez más escasas. Como lo es encontrar esos raros textos de auténtica calidad literaria. Las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, publicadas por editorial Eneida en su colección Confabulaciones, pertenecen a esta categoría. Es una de esas obras “con duende”, que encierran en sus páginas, como si de un pergamino encantado se tratase, la esencia misma de la literatura.
Marcel Schwob (Hauts-de-Seine, 1867-París, 1905) fue un escritor erudito, amigo íntimo de Stevenson y de Oscar Wilde, quienes le consideraban una verdadera biblioteca ambulante. Autor de joyas de inspirada literatura hoy escasamente recordadas, en las que crea procedimientos creativos que tendrán influencia en autores posteriores, publicó también unas series de textos breves, a medio camino entre el cuento y la prosa poética. Su Libro de Monelle, escrito en 1894, prefigura Los alimentos terrestres, de André Gide, y La cruzada de los niños (1895) se adelanta a la novela Mientras agonizo, de Faulkner. Jorge Luis Borges consideraba Vidas imaginarias como el germen de su aplaudido libro Historia Universal de la Infamia, y punto de partida de su escritura.
Las Vidas imaginarias son una historia fabulada de la literatura. Por sus páginas van desfilando, en un extraordinario ejercicio de imaginación, erudición, concisión y belleza, una serie de personajes que el escritor eligió de entre millones de seres e historias posibles, cuyas existencias privadas y rasgos singulares la historia nos ha ocultado.
Los personajes son reales; los hechos, fantásticos. Fabular fue, para él, una manera de ser.

Lur Sotuela Elorriaga

martes, 5 de mayo de 2009

Monologo en noventa palabras de hombre triste tras leer un periódico:

Tristeza-dice el hombre- las letras sueñan mi tristeza esta mañana, de la misma manera que el marinero sueña cada noche, la noche de su naufragio. Si, Caballeros, estas letras, inexplicables signos, esta periodística sintaxis, son la prueba irrefutable, la fatal certeza, la expresión máxima de que algo va mal en el mundo. ¡Ah! estas letras erigen el inmenso drama de la humanidad, como a una vieja estatua a la que un musgo negro hace crujir las articulaciones. ¡Ah¡ Ingratos ¡Robasteis una página de deportes para incluirla en Cultura¡. Decidme caballeros,¿Dónde iremos a parar?

El comienzo del Alienista

Cuentan las crónicas de la villa de Itaguaí que en tiempos remotos vivió allí un médico indiscutible, el doctor Simón Bacamarte. Descendía de la nobleza terrateniente y era el médico más importante del Brasil, de Portugal y de las Españas. Había estudiado en Coimbra y en Padua. A los treinta y cuatro años regresó al Brasil, sin que ni siquiera el rey fuera capaz de convencerle de que se instalara en Coimbra, regentando la universidad, o en Lisboa, ocupándose de los asuntos de la monarquía que eran de su competencia profesional.
–La ciencia –le respondió a su majestad– es mi único destino; mi sitio está en Itaguaí.
Dicho esto, regresó a Itaguaí, y se entregó al estudio de la ciencia en cuerpo y alma, alternando las curas con las lecturas, y demostrando los teoremas con cataplasmas.
A los cuarenta años se casó con doña Evarista da Costa e Mascarenhas, dama de veinticinco años, viuda de un juez-de-fora, ni hermosa ni simpática. Uno de sus tíos, cazador de pacas, y tan franco como buen trampero, se sorprendió ante semejante elección y así se lo dijo. Simón Bacamarte le explicó que doña Evarista reunía excelentes condiciones fisiológicas y anatómicas, digería con facilidad, dormía regularmente, tenía buen pulso y una vista extraordinaria; y era, por lo tanto, apta para darle hijos robustos, sanos e inteligentes. Si aparte de estos atributos –únicos dignos de interés para un sabio– doña Evarista era poco agraciada, eso era algo que, lejos de disgustarle, él agradecía a Dios, ya que no corría el riesgo de posponer los intereses de la ciencia en favor de la contemplación exclusiva, vulgar y trivial, de la consorte.
Doña Evarista defraudó las expectativas del doctor Bacamarte: no le dio hijos, ni robustos, ni débiles. La magnanimidad es la cualidad esencial de la ciencia; nuestro médico esperó tres, cuatro, cinco años... Transcurrido ese tiempo, emprendió un estudio profundo del tema, releyó a todos los autores árabes, así como a otros que tenía en su poder y que había llevado consigo a Itaguaí, consultó con universidades italianas y alemanas, y terminó por recomendar a su mujer un régimen alimenticio especial. La ilustre dama, alimentada únicamente con la tierna carne de cerdo de Itaguaí, no siguió los consejos de su esposo, y a su resistencia –comprensible, pero reprobable– debemos la completa extinción de la dinastía de los Bacamartes.
Pero la ciencia tiene el inefable don de curar todas las penas, y nuestro médico se sumió completamente en el estudio y en la práctica de la medicina. Fue entonces cuando uno de los recovecos de la misma llamó poderosamente su atención: el campo de lo psíquico, el examen de la patología cerebral. No había en la colonia, y ni siquiera en el reino, una sola autoridad en semejante materia, mal investigada o prácticamente inexplorada. Simón Bacamarte comprendió que la ciencia lusitana, y más concretamente la brasileña, podía cubrirse de «laureles imperecederos», según su propia expresión acuñada en un arrebato surgido en el ámbito de la intimidad doméstica; públicamente, sin embargo, se mantuvo discreto, como conviene a los ilustrados.
–La salud del alma –proclamó– es la tarea más digna del médico.
–Del verdadero médico –puntualizó Crispín Soares, boticario de la villa, y uno de sus amigos y comensales.
Los cronistas de Itaguaí acusaron al Ayuntamiento de la localidad, entre otros muchos defectos, de insensibilidad respecto a los dementes. De modo que cuando aparecía algún loco enfurecido era recluido en una habitación de su propia casa, y allí, ni atendido ni desatendido, permanecía hasta que la muerte venía a liberarlo; los mansos, por el contrario, andaban a sus anchas por la calle. Simón Bacamarte se propuso enmendar una práctica tan indigna; solicitó permiso al Ayuntamiento para albergar y cuidar, en el edificio que iba a construir, a todos los dementes de Itaguaí y del resto de villas y ciudades aledañas, mediante un estipendio que el consistorio le proporcionaría en caso de que la familia del enfermo no lo pudiese costear. La propuesta excitó la curiosidad de toda la población, pero tropezó con una gran resistencia, ya que los hábitos irracionales o incluso malos difícilmente se desarraigan.
La idea de meter a todos los locos en una misma casa, viviendo en común, les pareció, en sí misma, un síntoma de demencia, y no faltó quien se lo insinuara a la propia esposa del médico. [...]